POLÍCIA CIVIL DO ESTADO DO PARANÁ

POLÍCIA CIVIL DO ESTADO DO PARANÁ

segunda-feira, 11 de janeiro de 2010

III EL PORVENIR DE UNA ILUSION - SIGMUND FREUD

II

Hemos pasado inadvertidamente de lo económico a lo psicológico. Al principio nos inclinamos a buscar el patrimonio cultural em los bienes existentes y en las instituciones para su distribución. La conclución de que toda cultura reposa en la imposición coercitiva del trabajo y em la renuncia a los instintos, provocando, por consiguiente, la oposicion de aquellos sobre los cuales recaen tales exigências, nos hace ver claramente que los bienes mismos, los médios para su conquista y las disposiciones para su distribución no puede ser el contenido único, ni siquiera el contenido esencial de la cultura, puesto que se hallan amenazados por la rebeldia y El ansia de destrucción de los participes de la misma. Al lado de los bienes se sitúan ahora los médios necesarios para defender la cultura; esto es, los médios de coerción y los conducentes a reonciliar a los hombres con la cultura y a compensarles sus sacrifícios. Estos últimos médios constituyen lo que pudiéramos considerar como el patrimônio espiritual de la cultura.
Com objeto de mantener cierta regularidad em nuestra nomenclatura, denominaremos interdiccion al hecho de que un instinto no pueda ser satisfecho, prohibición a la institución que marca tal interdicción y privación al estado que la prohibicón trae consigo. Lo más inmediato será establecer una distinción entre aquellas privaciones que afectan a todos los hombres y aquellas otras que sólo recaen sobre grupos, clases o indivíduos determinados. Las primeras son las más antiguas; con las prohibiciones em las que tienen su origen inició la cultura hace muchos milênios el desligamiento del estado animal primitivo. Para nuestra sorpresa, hemos hallado que se mantienen aún em vigor, constituyendo todavia el nódulo de la hostilidad contra la cultura. Los deseos instintivos sobre los que gravitan nacen de nuevo con cada criatura humana. Existe una clase de hombres, los neuróticos, en los que ja estas interdicciones provócan uma reaccion asocial. Tales deseos instintivos son el incesto, el canibalismo y el homicídio. Extranará, quizá, ver reunidos estos deseos instintivos, em cuya condenación aparecen de acuerdo todos los hombres, con aquellos otros sobre cuya permisión o interducción se lucha tan ardientemente en nuestra cultura, pero psiclológicamente está justificado. La actitud cultural ante estos más antiguos deseos instintivos no es tampoco uniforme; tan solo el canibalismo es unánimemente condenado y, salvo para la observación psicoanalitica, parece haber sido dominado por completo. La intensidad de los deseos incestuosos se hace aún sentir detrás de la prohibición, y el homicídio es todavia practicado e incluso ordenado en nuestra cultura bajo determinadas condiciones. Probablemente habrán de sobrevenir nuevas evoluciones de la cultura, en las cuales determinadas satisfacciones de deseos, perfectamente posibles hoy, parecerán tan inadmisibles como hoy la del canibalismo.
Ya en estas más antiguas renuncias al instinto interviene un factor psicológico que integra también suma importancia em todas las ulteriores. Es inexacto que el alma humana no haya realizado progreso alguno desde los tiempos mas primitivos y que, em contraposición a los progresos de la ciência y la técnica, sea hoy la misma que al principio de la Historia. Podemos indicar aquí uno de tales progresos anímicos. Una de las características de nuestra evolución consiste em la transformación paulatina de la coerción externa em coerción interna por la acción de uma especial instancia psíquica del hombre, el super-yo,que ya acogiendo la coerción externa entre sus mandamientos.
En todo nino podemos observar el proceso de esta transformación, que es la que hace de él um ser moral y social. Este robustecimiento del super-yo es uno de los factores culturales psicológicos mas valiosos. Aquellos indivíduos en los cuales ha tenido efecto cesan de ser adversários de la civilización y se convierten em sus mas firmes substratos. Cuanto mayor se a su numero em um sector de cultura, más segura se hallará ésta y antes podrá prescindir de los médios externos de coerción. La medida de esta asimilación de la coerción externa varia mucho según el instinto sobre el cual recaiga la prohibición.
Em cuanto a las exigencias culturales mas antiguas, antes detalladas, parece haber alcanzado – si excluimo a los neuróticos, excepción indeseada – uma gran amplitud. Pero su proporción varia mucho con respecto a los demás instintos. Al volver a ellos nuestra vista, advertimos com sorpresa y alarma que una multitud de indivíduos no obedece a las prohibiciones culturales correspondientes más que bajo la presión de la coerción externa; esto es, sólo mientras tal coerción constituye uma amenaza real e ineludible. Asi sucede muy especialmente en lo que se refere a las llamadas exigencias morales de la civilización, prescritas también por igual a todo individuo. La mayor parte de las transgresiones de que los hombres se hacen culpables lesionan estos precptos. Infinitos hombres civilizados, que retrocederian temerosos ante el homicídio o el incesto, no se privan de satisfacer su codicia, sus impulsos agresivos y sus caprichos sexuales, ni de perjudicar a sus semjantes com la mentira, el fraude y la calumnia, cuando pueden hacerlo sin castigo, y así viene sucediendo, desde sempre, en todas las civilizaciones.
En lo que se refiere a lãs restricciones que solo afectan a determinadas clases sociales, la situación se nos muestra claramente y no ha sido nunca un secreto para nadie. Es de suponer que estas clases postergadas envidiarán a las favorecidas sus privilegios y harán todo lo posible por libertarse Del incremento especial de privación que sobre ellas pesa. Donde no lo consigan, surgirá en la civilización correspondiente un descontento duradero que podrá conducir a peligrosas rebeliones. Pero cuando una civilización no la logrado evitar que la satisfación de un cierto numero de sus participes tenga como premisa la opresión de otros, de la mayoria quizá – y así sucede en todas las civilizaciones actuales -, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad contra la civilización que ellos mismos sostienen con su trabajo, pero de cuyos bienes no participan sino muy poco. En este caso no puede esperarse por parte de los oprimidos una asimilación de las prohibiciones culturales,pues, por el contrario, se negarán a reconocerlas, tenderián a destruir la civilización misma y eventualmente a suprimir sus premisas. La hostilidad de estas clases sociales contra la civilización es tan patente, que há monopolizado la atención de los observadores, impidiéndoles ver la que latentemente abrigan también las otras capas sociales más favorecidas. No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus participes y los incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco lo merece.
El grado de asimilación de los preceptos culturales – o dicho de um modo popular y nada psicológico: el nível moral de los participes de una civilización – no es el único patrimonio espiritual que ha de tenerse en cuenta para valorar la civilización de que se trate. Ha de atenderse también a su acervo de ideales y a su producción artística; esto es, a las satisfacciones extraídas de estas dos fuentes.
Nos inclinaremos demasiado facilmente a incluir entre los bienes espirituales de una civilización sus ideales; esto es, valoraciones que determinan en ella cuáles son los rendimientos más elevados a los que deberá aspirarse.
Al principio parece que estos ideales son los que han determinado y determinán los rendimientos de la civilización correspondiente, pero no tardamos em advertir que, en realidad, sucede todo lo contrario: los ideales quedan forjados como uma secuela de los primeros rendimientos obtenidos por la acción conjunta de las dotes intrínsecas de una civilización y las circunstancias externas, y estos primeros rendimientos son retenidos ya por el ideal para ser continuados. Así, pues, la satisfación que el ideal procura a los participes de uma civlización es de naturaleza narcisista y reposa en el orgullo del rendimiento obtenido. Para ser completa precisa de la comparación con otras civilizaciones que han tendido hacia resultados distintos y han desarrollado ideales diferentes. De este modo, los ideales culturales se convierten en motivo de discórdia y hostilidad entre los distintos sectores civilizados, como se hace patente entre las naciones.
La satisfacción narcisista, extraída Del ideal cultural, es uno de los poderes que com mayor éxito actúan en contra de la hostilidad adversa a la civilización, dentro de cada sector civilizado. No sólo las clases favorecidas que gozan de los benefícios de la civilización correspondiente , sino también las oprimidas, participan de tal satisfacción, en cuanto el derecho a despreciar a los que no pertencen a su civilización, les compensa de las imitaciones que la misma se impone a ellos. Cayo es um misero plebeyo agobiado por los tributos y lãs prestaciones personales, pero es también um romano, y participa como tal en la magna empresa de dominar a otras naciones e imponerles leyes. Esta identificación de los oprimidos con la clase que los oprime y los explota no es, sin embargo,más que un fragmento de uma más amplia tatalidad, pues, además, los oprimidos pueden sentirse efectivamente ligados a los opresores y, a pesar de su hostilidad, ver en sus amos su ideal. Si no existieran estas relaciones, satisfactorias en el fondo, seria incomprensible que ciertas civilizaciones se hayan conservado tanto tiempo, a pesar de la justificada hostilidad de grandes masas de hombres.
La satisfacción que el parte procura a los participes de una civilización es muy distinta, aunque, por lo general, permanece inasequible a las masas, absorvidas por el trabajo agotador y poco preparadas por la educación. Como ya sabemos, el arte ofrece satisfacciones sustitutivas compensadoras de las primeras y más antiguas renuncias impuestas por la civilización al individuo – las mas hondamente sentidas aún -, y de este modo es lo único que consigue reconciliarle com sus sacrifícios. Pero, además, las creaciones del arte intensifican los sentimientos de identificación, de los que tanto precisa todo secrtor civilizado, ofreciendo ocasiones de experimentar colectivamente sensaciones elevadas. Por ultimo, contribuyen también a la satisfacción narcisista cuando representan el rendimiento de uma civilización especial y expresan em forma impresionante sus ideales.
No hemos citado aún el elemento mas importante del inventario psíquico de una civilización. Nos referimos a sus representaciones religiosas – em el más amplio sentido – o, con otras palabras que más tarde justificaremos, a sus ilusiones.

Nenhum comentário:

Postar um comentário