POLÍCIA CIVIL DO ESTADO DO PARANÁ

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domingo, 10 de janeiro de 2010

EL PORVENIR DE UNA ILUSION - SIGMUND FREUD

1927
El porvenir de uma ilusión fue publicada e, 1927 por el Internationaler Psychoanalitischer Verlag (Leipzig, Viena y Zurich). Posteriormente ha sido incluída por la misma Casa editorial em la edicion de lás Obras completas de Freud (tomo II).

I
Todo aquel que ha vivido largo tiempo dentro de una determinada cultura y se ha planteado repetidamente el problema de cuáles fueron los orígenes y la trayectoria evolutiva de la misma, acaba por ceder también alguna vez a la tentación de orientar su mirada em sentido opuesto y preguntarse cuáles serán los destinos futuros de tal cultura y por qué avatares habrá
aún de pasar. No tardamos, sin embargo, em advertir que ya el valor inicial de tal investigación queda considerablemente disminuido por la acción de varios factores. Ante todo, son muy pocas las personas capaces de uma vision total de la actividad humana em sus múltiples modalidades. La inmensa mayoria de los hombres se ha visto obligada a limitarse a escasos sectores o incluso a uno solo. Y cuanto menos sabemos del pasado y del presente, tanto más inseguro habrá de ser nuestro juicio sobre el porvenir. Pero, además, precisamente em la formación de este juicio intervienen, en un grado muy difícil de precisar, las esperanzas subjetivas individuales, las cuales dependen, a su vez, de factores puramente personales, esto es, de la experiência de cada uno y de su actitud más o menos optimista ante la vida, determinada por el temperamento, el éxito o el fracaso. Por último, ha de tenerse también en cuenta el hecho singular de que los hombres viven, em general, el presente con una cierta ingenuidad; esto es, sin poder llegar a valorar exactamente sus contenidos. Para ello tienen que considerarlo a distancia, lo cual supone que el presente ha de haberse convertido em pretérito para que podamos hallar em él puntos de apoyo em que basar un juicio sobre el porvenir.
Así, pues, al ceder a la tentación de pronunciarnos sobre el porvenir probable de nuestra cultura, obraremos prudentemente teniendo en cuenta los reparos antes indicados al mismo tiempo que la inseguridad inherente a toda predicción. Por lo que a mi respecta, tales consideraciones me llevarán a aparterme rápidamente de la magna labor total y a refugiarme en el pequeno sector parcial al que hasta ahora he consagrado mi atención, limitándome a fijar previamente su situación dentro de la totalidad.
La cultura humana – entendidendo por tal modo aquello en que la vida humana ha superado sus condiciones zoológicas y se distingue de la vida de los animales, y desdenando establecer entre los conceptos de cultura y civilización separación alguna -; la cultura humana, repetimos, muestra, como es sabido, al observador dos distintos aspectos. Por un lado, comprende todo el saber y el poder conquistados por los hombres para llegar a dominar las fuerzas de la Naturaleza y extraer los bienes naturales con que satisfacer ls necesidades humanas, y por outro, todas las relaciones de los hombres entre sí y muy especialmente la distribución de los bienes naturales alcanzables. Estas dos direcciones de la cultura no son independientes uma de outra, em primer lugar, porque la medida en que los bienes existentes consienten la satisfacción de los instintos ejerce profunda influencia sobre las relaciones de los hombres entre sí; en segundo, porque tambien él hombre mismo, individualmente considerado, puede representar un bien natural para outro en cuanto este utiliza su capacidad de trabajo o hace de él su objeto sexual. Pero, además, porque cada individuo es virtualmente um enemigo de la civilización, a pesar de tener que reconocer su general interes humano. Se da, en efecto, el hecho singular de que los hombres, no obstante serles imposible existir en el aislamiento, sienten como um peso intolerable los sacrifícios que la civilización les impone para hacer posible la vida em común. Así, pues, la cultura ha de ser defendida contra el individuo, y a esta defensa responden todos sus mandamientos, organizaciones e instituciones, los cuales no tienen tan sólo por objeto efectuar uma determinada distribución de los bienes naturales, sino también mantenerla e incluso defender contra los impulsos hostiles de los hombres los medios existentes para el domínio de la Naturaleza y la producción de bienes. Las creaciones de los hombres son fáciles de destruir, y la ciência y la técnica por ellos edificada pueden tambien ser utilizadas par su destrucción.
Experimentamos así la impresión de que la civilización es algo que fue impuesto a uma mayoria contraria a ella por una minoria que supo apoderarse de los médios de poder y de coerción. Luego no es aventurado suponer que estas dificultades no son inherentes a la esencia misma de la cultura, sino que dependen de las imperfecciones de las formas de cultura desarrolladas hasta ahora. Es fácil, en efecto, senalar tales imperfecciones. Mientras que em el domínio de la Naturaleza ha realizado la Humanidad contínuos progresos y puede esperarlos aún mayores, no puede hablarse de un progreso análogo em la regulación de las relaciones humanas., y probablemente en todas las épocas, como de nuevo ahora, se han preguntado muchos hombres si esta parte de las conquistas culturales merece, em general, ser defendida. Puede creerse en la posibilidad de una nueva regulación de las relaciones humanas, que cegará las fuentes del descontento ante la cultura, renunciando a la coerción y a la yugulación de los instintos, de manera que los hombres puedan consagrarde, sin ser pertubados por la discórdia interior, a la adquisición y la disfrute de los bienes terrenos. Esto seria la edad de oro,pero es muy dudoso que pueda llegarse a ello. Parece, más bien, que toda la civilización há de basarse sobre la coerción y la renuncia a los instintos, y ni siquiera puede asegurarse que al desaparecer la coerción se mostrarse dispuesta la mayoria de los indivíduos humanos a tomar sobre sí la labor necesaria para la adquisición de nuevos bienes. A mi juicio, ha de contarse con el hecho de que todos los hombres integran tendências destructoras – antisociales y anticulturales – y que em gran numero de personas tales tendências son bastante poderosas para determinar su conducta en la sociedad humana.
Este hecho psicológico presenta um sentido decisivo para el enjuiciamineto de la cultura humana. En um principio pudimos creer que su función esencial era el domínio de la Naturaleza para la conquista de los bienes vitales y que los peligros que la amenazan podian ser evitados por médio de una adecuada distribución de dichos bienes entre los hombres. Mas ahora vemos desplazado el nódulo de la cuestion desde lo material a lo anímico. Lo decisivo está em si es posible aminorar, y em qué medida, los sacrifícios impuestos a los hombres em cuanto a la renuncia a la satisfacción de sus instintos, conciliarlos com aquellos que continúen siendo necesarios y compensarles de ellos. El domínio de la masa por una minoria seguirá demonstrandose siempre tan imprescindible como la imposición coercitiva de la labor cultural, pues las masas son perezosas e ignorantes, no admiten gustosas la renuncia al instinto, siendo útiles cuantos argumentos se aduzcan para convencerlas de lo inevitable de tal renuncia, y sus indivíduos se apoyan unos a otros en la tolerancia de su desenfreno. Unicamente la influencia de indivíduos ejemplares a los que reconocen como conductores puede moverlas a aceptar aquellos esfuerzos y privaciones imprescindibles para la perduración de la cultura. Tudo irá entences bien mientras que tales conductores sean personas que posean un profundo conocimiento de las necesidades de la vida y que se hayan elevado hasta el domínio de sus propios deseos instintivos. Pero existe el peligro de que para conservar su influjo hagan a las masas mayores concesiones que éstas a ellos, y por tanto, parece necesario que la posesión de médios de poder los haga independientes de la colectividad. Em resumen: el hecho de que sólo mediante cierta coerción puedan ser mantenidas las instituciones culturales es imputable a dos circunstancias ampliamente difundidas entre los hombres: la falta de amor al trabajo y la ineficácia de los argumentos contra las pasiones.
Sé de antemano la objeción que se opondrá a estas afirmaciones. Se dirá que la condición que acabamos de atribuir a las colectividades humanas, y em la que vemos una prueba de la necesidad de una coerción que impogna la labor cultural, no es por si misma sino uma consecuencia de la existencia de instituciones culturales defectuosas que han exasperado a los hombres haciéndolos vengativos e inasequibles. Nuevas generaciones, educadas con amor y em la más alta estimación del pensamiento, que hayan experimentado desde muy temprano los benefícios de la cultura, adoptarán también una distinta actitud ante ella, la considerarán como su más preciado patrimonio y estarán dispuestas a realizar todos aquellos sacrifícios necesarios para su perduración, tanto em trabajo como em renuncia a la satisfacción de los instintos. Harán innecesaria la coerción y se diferenciarán muy poco de sus conductores. Si hasta ahora no ha habido em ninguna cultura colectividades humanas de esta condición, ello se debe a que ninguna cultura ha acertado aún con instituciones capaces de influir sobre los hombres en tal sentido y precisamente desde su infância.
Podemos preguntarnos si nuestro domínio sobre la Naturaleza permite ya, o permitirá algún dia, el establecimiento de semejantes instituciones culturales, e igualmente de donde habrán de surgir aquellos hombres superiores, prudentes y desinteresasos que hayan de actuar como conductores de las masas y educadores de las generaciones futuras. Puede intimidarnos la magna coerción inevitable para la consecución de estos propósitos. Pero no podemos negar la grandeza del proyecto ni su importancia para el porvenir de la cultura humana. Se nos muestra basado en el hecho psicológico de que el hombre integra las más diversas disposiciones instintivas, cuya orientación definitiva es determinada por las tempranas experiências infantiles. De este modo, los limites de la educabilidad del hombre supondrán también los de la eficacia de tal transformación cultural. Podemos preguntarnos si um distinto ambiente cultural puede llegar a extinguir, y em qué medida, los dos caracteres de las colectividades humanas antes senaladas, que tanto dificultan su conducción. Tal experimento está aún por hacer. Probablemente cierto tanto por ciento de la Humanidad permanecera siempre asocial, a consecuencia de una disposición patológica o de una exagerada energia de los instintos. Pero si se consigue reducir a una minoria la actual mayoria hostil a la cultura, se habrá alcanzado mucho, quizá todo lo posible.
No quisiera despertar la impresión de haberme desviado mucho del camino prescrito a mi investigación y, por tanto, he de afirmar explicitamente que no me he propuesto en absoluto enjuiciar el gran experimento de cultura emprendido actualmente en el amplio território situado entre Europa y Asia. Carezco de conocimiento suficiente de la cuestión y de capacidad para pronunciarme sobre sus posibilidades, contrastar la adecuación de los métodos aplicados a estimar la magnitud del abismo inevitable entre el propósito y la realización. Lo que alli se prepara, inacabado aún, elude, como tal, una precisa observación, a la cual ofrece, en cambio, rica matéria nuestra cultura, consolidada hace ya largo tiempo.

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